jueves, 12 de enero de 2017

Entrevista a Bardeleben

El ajedrecista que entrevistamos no es particularmente conocido por el público inglés y se lo ha visto en raras ocasiones, como este torneo que se está jugando en Hastings (1895), en el que Herr Curt von Bardeleben toma parte.

—¿Cuándo comenzó a jugar al ajedrez? —le preguntó un portavoz del "Sketch".

Mein Herr pensó un momento y contestó:

—A eso de los diez años. Pronto me interesé vivamente en el juego y casi todo el tiempo libre de mis lecciones lo dedicaba al ajedrez. Sí, como se dice, yo, como otros, tengo muchas horas desperdiciadas. Pero todos los escolares desperdician el tiempo, hagan lo que hagan, e, incluso considerándolo una forma de malgastar valiosos momentos, el ajedrez tiene sus compensaciones.

—Bien, ¿y luego de estos días de escolar pródigo?

—Después fui a la universidad de Leipzig, a estudiar derecho. Me temo, sin embargo, que le dediqué más tiempo a los gambitos que a los intríngulis de la ley. En la universidad conocí a muchos ajedrecistas fuertes y, por supuesto, mi juego mejoró enormemente. Por último, el ajedrez se apoderó de mí de tal manera que abandoné los estudios por completo...

—¿Para convertirse en ajedrecista?

—Bien, sí, así es. Seguí esta inclinación mía, quizá lo más sensato de hacer, en suma. En Leipzig a menudo jugué con Zukertort, pero las partidas no eran nada serias.

—¿Cuándo vino a Londres por primera vez?

—Creo que fue en 1883, si mal no recuerdo. Tenía por entonces veintidós años y era lo bastante atrevido para medirme con los mejores hombres del mundo ajedrecístico del momento. Jugué con McDonnell, Gunsberg y Fisher, obtuve el primer premio del torneo Vizianagram, que tuvo por sede el Criterion. Era joven y fue pura desvergüenza de mi parte ganar el primer premio delante de tantos jugadores más viejos —dijo Mein Herr riendo—; pero, vea, no me había dedicado al juego en vano. En el mismo año jugué en el torneo de Núremberg con Blackburne, Winawer y otros maestros, y tuve la suerte de ganar el quinto premio. En 1887 gané el primer premio en el torneo de Francfort, y al año siguiente, en el torneo de Bradford, logré el tercer puesto compartido. Pero no querrá, espero, que cuente toda mi carrera. Hablemos de ajedrez, el gran juego, y no de los simples hombres que lo practican.

—Cómo no. Primero, déjeme hacerle una pregunta sobre los respectivos estilos del ajedrez inglés y alemán.

—¿Acaso existen esos estilos? —preguntó Herr Bardeleben con aire inocente—. El ajedrez es básicamente el mismo en todo el mundo.

—Bueno, su gran adversario, Blackburne, dijo el otro día que había una marcada diferencia entre los estilos inglés y alemán, que, en pocas palabras, el estilo alemán era laborioso, pedante y obstinado en las pequeñas ventajas, con exclusión de la gran combinación; mientras que el estilo inglés era el de la brillantez, el ímpetu y la ingeniosa combinación.

Herr Bardeleben sonrió dulcemente y pensativamente se rascó la sedosa barba.

—Tengo el mayor de los respetos por la opinión del señor Blackburne, pero en este caso no la comparto. El ajedrez es mayormente una cuestión de idiosincrasia. Un hombre paciente y cauto jugará una partida lenta y cauta, mientras que un hombre impulsivo y ansioso jugará impulsiva y ansiosamente. Tenemos ambas clases de jugadores en Alemania, así como ustedes los tienen aquí. Al jugador brillante, cuyo juego está lleno de estrategia y combinación profunda, se lo busca y se lo admira en Alemania tanto como en cualquier otra parte. Pero, después de todo, una prudente cautela es esencial en el ajedrez, es decir, si uno está jugando ajedrez científico y no sólo una partida amistosa. Si uno no es cauto, ciertamente perderá. Si uno es cauto y, al mismo tiempo, sabe jugar, tiene posibilidad de ganar. No veo cómo se puede separar la noción de cautela en una lucha intelectual, que es lo que realmente es el juego de ajedrez.

—¿Usted considera al ajedrez como una competencia intelectual, es decir, cuando los jugadores son de un nivel parejo?

—¡Ciertamente! Una intensa lucha intelectual.

—Ahora bien, ¿cuál es su postura respecto al ajedrez como disciplina intelectual? Sé de muchas personas que piensan que podría ser un útil sustituto de la matemática en la escuela. ¡Imagine la alegría de la presente generación de colegiales si se les permitiera jugar ajedrez a diario en lugar de estudiar Euclides!

—Sí, sí. Me puedo imaginar que estarían deseosos del cambio —respondió Herr Bardeleben guiñando el ojo—, pero no me parece que redunde en su beneficio. En primer lugar, existe un gran peligro al aprender ajedrez. El juego presenta una fascinación casi fatal para aquellos que se abandonan a él y si se adquiere antes de que se desarrolle el hábito de autocontrol, puede causar las consecuencias más desastrosas; y como disciplina intelectual, el ajedrez ni se acerca a la matemática; si se puede hacer alguna comparación entre las dos, la matemática trata de proposiciones fijas y definidas, mientras que el ajedrez es el más plástico de los juegos, y contiene muy poco que pueda ser considerado fijo o definido. En ajedrez uno no sólo calcula jugadas sino también basa una gran parte del cálculo en el carácter del adversario. Un ajedrecista que enfrenta a otro por primera vez espera hasta descubrir qué tipo de hombre se sienta ante él, si es paciente, impulsivo, de mal genio, nervioso, etc. Este elemento humano no se encuentra en la matemática. No, no vale la pena discutir el asunto.
Que el colegial siga con Euclides y deje el ajedrez aparte.

«Pero —continuó Herr Bardeleben tras una pausa— no debe pensar que no le asigno ninguna importancia al ejercicio mental involucrado al jugar ajedrez. Es un juego noble y grandioso, y desarrolla las facultades mentales hasta cierto grado. Pero ese grado de mejora es apenas apreciable con cualquier prueba conocida.

—¿A quién considera como el más grande de los ajedrecistas vivos?

—¡Ah! Ahora quiere usted llegar a mi conciencia íntima. No lo diré: no tengo opinión al respecto que me importe formular. Pero en cinco años, o menos, uno de dos nombres será preeminente. Hay dos hombres en la carrera por el título mundial, Lasker y Tarrasch, ambos jugadores maravillosos, de infinitos recursos e indudable genio. Deberá contentarse con esta declaración. El campeonato estará con uno u otro de estos jugadores.

—¿Y cómo están los ajedrecistas ingleses?

—¡Oh, muy bien! Tienen ustedes algunos jugadores realmente muy buenos y, en los últimos años, los ajedrecistas ingleses se han anotado muchos éxitos, pero estos éxitos no fueron de un orden brillante, si se me permite. No hubo manifestación de genio, ninguna súbita revelación de talento. Quizás, después de todo, la época del genio en ajedrez ya ha pasado.

(Vía Chess Notes, de Edward Winter: An interview with Curt von Bardeleben; tomado de The Sketch, 14 de agosto de 1895).